Ley Censura
Opinión
En el muy mexicano “a ver si es chicle y pega”, la presidencia de la República envió al Senado una propuesta de Ley de Telecomunicaciones que francamente es una puñalada mortal a la libertad de expresión.
La coartada era un grosero spot de la secretaria de Seguridad de los Estados Unidos. La apuesta distractora se hallaba en las vacaciones de Pascua y en la muerte del Papa Francisco.
Pero la intención de la 4T no prosperó -al menos por el momento- y funcionó el único contrapeso que nos queda en México: la respuesta ciudadana vía opinión en espacios mediáticos no colonizados por el oficialismo y las redes sociales, justo el objetivo de una perniciosa legislación que busca aniquilarlos.
Y no. No es un escándalo sin sentido, como lo quiso hacer ver la presidenta Claudia Sheinbaum cuando se vio descubierta. Tampoco un “problema de redacción que puede corregirse”, con lo que la misma mandataria matizó el ominoso propósito de retirar concesiones de radio y televisión o bloquear canales digitales en internet si estos no cumplieran con lineamientos definidos por el mismísimo gobierno en funciones, que sería al mismo tiempo policía, fiscal y juez.
Pero no hay sorpresa, a pesar de lo oprobioso de querer apoderarse de la opinión pública de la misma manera que lo han hecho de los poderes legislativo y judicial, del árbitro electoral, de las autonomías reguladoras y de todo aquello que estorba a una supuesta transformación que simplemente ha destruido institucionalmente a México.
Porque a los populistas aspirantes a autócratas -y Andrés Manuel López Obrador lo fue, como lo es su sucesora- nunca les gustó la crítica. La respuesta de la 4T al escrutinio público ha pasado del “esto es un complot”, a la eterna culpabilidad de Calderón y hasta el chocante “nosotros no somos iguales”. Y no lo son, porque son peores.
Los medios de comunicación privados y concesionados han pasado de ser “la mafia del poder” y una oligarquía contraria al interés nacional, a ruidosos aplaudidores o callados normalizadores del caos. Si no lo son, ahora el mote que merecen es el de “traidores a la patria”.
En el mundo digital, las “benditas redes sociales”, ahora son herramientas de “infodemia” porque ahí el oficialismo ha perdido la guerra narrativa. Y en la calle, simplemente es facho quien no está de acuerdo con el régimen.
Me temo que aunque se aplace la nueva intentona golpista para supuestamente “discutir los términos” de la nueva legislación, ésta se votará y se aprobará.
Y la autoritaria Sheinbaum seguirá con ello su necia lucha para que no se señale que la economía mexicana está en recesión; que no se cuestione por qué diablos no fue al sepelio papal y envió en su lugar no al canciller sino a su ministra ¡del interior! Acompañada por una seguidora de un convicto abusador sexual, o que señalemos la interminable lluvia de violencia y sangre en nuestro querido país.
Vaya, prohibido siquiera recordar que el nuevo zar de la censura en México, el arrogante Pepe Merino, es el mismo personaje que experimentó en pandemia un medicamento no aprobado por las autoridades sanitarias. Sus conejillos de indias fueron ciudadanos, ahora a merced de la autocracia plena.
¿Y nos quemaron en leña verde por señalar hace años el riesgo de la venezualización mexicana? Chale.