La narrativa oficialista

Opinión
Mientras tanto, la narrativa del oficialismo es gatopardista: cambia para que todo siga igual….o peor.

Cualquier comunicación va cargada de intencionalidad por parte de quien la emite. Ingenuo sería pensar que entre el mensaje y su interpretación no hay intereses, creencias, ideologías, emociones o hasta prejuicios que configuran el complejo entramado de la discusión pública.

No hay verdad absoluta, pero sí límites marcados por la realidad ostensible y el sentido común. Es decir: la mentira descarada se nota y mucho, aunque haya un ejército de lacayos pagados con dinero público para tratar de legitimarla.

Se ha documentado ampliamente que, en el ejercicio de las conferencias mañaneras, Andrés Manuel López Obrador mintió consuetudinariamente, y que su sucesora Claudia Sheinbaum ha seguido el mismo camino. El embuste original es el objetivo mismo del diario ejercicio: presumen que es un esfuerzo de rendición de cuentas cuando se trata de vulgar propaganda con fines político-electorales.

La apuesta de la mal llamada Cuarta Transformación fue acostumbrarnos al “todo se vale” con tal de justificar un proyecto vertical de gobierno cuyos resultados han sido claramente catastróficos. Y así se cancelaron proyectos para evitar la corrupción en medio del sexenio más corrupto de la historia; nos prometieron un sistema de salud mejor que el de Dinamarca, mientras miles de mexicanos morían sin medicinas, y juraron no endeudarnos a pesar de que la deuda pública se duplicó.

Lo que cambió con la llegada de la presidenta Sheinbaum no solo fue el género -que convirtieron mañosamente en virtud- sino la capacidad de ser tan mentiroso (con O) como inmune. La mentira (con A) le ha afectado mucho más a la actual mandataria que a su antecesor, acaso por no tener las habilidades comunicativas del viejo macuspano, o quizá porque 7 años después se asoman ya con claridad las consecuencias del desastre.

Un buen ejemplo de lo que planteo lo podemos ver con la convocatoria y realización de la marcha de la “Generación Z”, que cimbró desde un principio a Palacio Nacional, y que sin duda fue claramente amplificada por el enojo que siguió al asesinato del presidente municipal de Uruapan, un exmorenista que clamó ayuda y materialmente anticipó públicamente su propia ejecución.

Los mismos pregoneros de la 4T y su ejército de abyectos propagandistas dispararon sus mensajes disciplinadamente, como lo hicieron una y otra vez para defender al farsante López Obrador.

En primera instancia, los convocantes a la manifestación del 15 de noviembre fueron simplemente “bots”, tratando de decirnos que era imposible llenar el Zócalo cuando la presidenta tiene una aprobación casi unánime de los mexicanos.

Luego, ante la obvia realidad de que se trataba de algo orgánico y no artificial, los mensajes culparon una y otra vez a “la derecha” representada en el país por el PRI, el PAN o a los medios de comunicación críticos, y en el extranjero a la fachiza internacional basada en Washington.

El día de las movilizaciones, y ante las imágenes de masividad real, los chayoteros lanzaron -furiosos- la pregunta: “¿no que eran jóvenes?”, como si hubiera edad para protestar y grupos de edad propiedad exclusiva del régimen.

Y finalmente, ante la obvia provocación de porros que reventaron el plantón y con ello evitaron la odiosa foto de un Zócalo lleno (monopolio del obradorismo, según ellos) la conclusión fue: son violentadores.

No, presidenta: la inconformidad crece, como también sus afanes autoritarios y represores que ocultan incompetencia, indolencia y temor político. Aunque lo niegue y minimice lo que pasó el sábado.

Mientras tanto, la narrativa del oficialismo es gatopardista: cambia para que todo siga igual….o peor.