El humor presidencial

Opinión
Varias personas cercanas a la oficina principal de Palacio Nacional me han referido el mal talante de la presidenta; el humor presidencial.

Varias personas cercanas a la oficina principal de Palacio Nacional me han referido el mal talante de la presidenta Claudia Sheinbaum en la cotidianeidad de su trabajo. No sería la primera ni la última persona irascible frente a las graves presiones que implican una alta responsabilidad. Incluso, su mal humor y reacciones violentas podrían hasta considerarse normales y entendibles.

Sin embargo, al tratarse de una jefa de Estado me parece que los descontroles y entripados deben quedarse entre las paredes de su despacho, más aún si se tiene salir a enfrentar una crisis de gobierno, lo que reclama una imagen de templanza, empatía, buen juicio y autocontrol.

La muerte del presidente municipal de Uruapan constituye, sin lugar a dudas, una de las peores situaciones de la que Sheinbaum se ha enfrentado durante su primer año de gobierno. No es para menos: un alcalde asesinado a pesar de que había clamado repetidamente por recibir ayuda del poder central, ocupado más en sembrar percepciones de paz que en atender la obvia y descarnada violencia.

No bastaron las horas del fin de semana para que la presidenta se serenara.  A primera hora del lunes siguiente, mostró en su conferencia mañanera la imagen de una mujer furiosa, pero no por el atroz crimen o por el destino de un pueblo michoacano harto de la inseguridad, los crímenes, el narcotráfico y la extorsión, sino por verse rebasada y vulnerable en su imagen pública.

Tras los hechos de Uruapan, no buscó referirse la mandataria a quién se la hizo, sino a quién se la pagara. El daño a la reputación presidencial y a su gestión de gobiernocuyos índices de aceptación son chocantemente repetidos una y otra vez por la propaganda oficial- es inconmensurable, y Sheinbaum culpó de ello al pasado de sus obsesiones y no al presente de su responsabilidad; olvidó a los asesinos y arremetió contra sus críticos y los espacios de comunicación que replicaron los hechos y sus causas: omisión, incapacidad o hasta colusión con los criminales.

Los señalamientos de “buitres” y “carroñeros” fueron dirigidos a periodistas y medios, no a sicarios y cárteles. Casi solo faltó sugerir que Carlos Manzo se dejó matar simplemente para dañar al movimiento de la mal llamada Cuarta Transformación, que hace agua en medio de la autocomplacencia y de la absoluta falta de autocrítica.

¿Les parece conocido el escenario? Por supuesto: es la misma narrativa de necia negación y alto nivel de embustería inaugurada por Andrés Manuel López Obrador, ahora replicada por su sucesora.

Así como los 200 mil asesinados en el sexenio anterior no fueron víctimas, pero sí lo fue AMLO, ahora la ofendida no es la familia Manzo sino la señora Sheinbaum, que desaprovecha una vez más en llamar a la unidad nacional para enfrentar un enemigo común, en vez de seguir atizándole a la división y a la intolerancia ante quien piensa distinto.

Y para muestra un botón: ahora resulta que ni las manifestaciones de repudio por el crimen del hombre del sombrero, ni las marchas convocadas por jóvenes para el 15 de noviembre próximo, son auténticas. Para el ya perfilado autoritarismo cuatrotero, todo es producto de una perversa sedición “de la derecha”, para desestabilizar a un gobierno al que -por cierto- no es difícil exhibirlo como un desastre en materia de seguridad pública, salud, educación y desarrollo económico.

Supongo que por eso está tan enojada, en el fondo.