¿Qué nos queda?
Opinión
La trágica colonización y/o destrucción de instituciones en un México que buscaba encaminarse a la modernidad, al pleno desarrollo que diera certeza y esperanza de futuro para sus casi 130 millones de habitantes, se consumó este domingo.
No hay sorpresa: Andrés Manuel López Obrador dejó ver desde un principio sus afanes de volver a un régimen de partido único en el que el único caudillo fuera y siguiera siendo él mismo. Muchos incautos le creyeron y le siguen creyendo, mientras nuestro país ha perdido su aún joven faceta de nación democrática, equilibrada y razonablemente funcional.
Los indiscutibles rezagos sociales y lastres históricos como la corrupción, fueron caldo de cultivo para sembrar promesas incumplibles y utopías que hoy se estrellan con la realidad: México ya no tiene contrapesos propios ni un Estado fuerte con instituciones de autorregulación del poder político y económico.
La presidencia de la República sigue siendo unipersonal, pero ahora está bajo la sombra del caudillo que supuestamente ya se fue. La gestión pública está terriblemente debilitada por sub ejercicios presupuestales que liberan recursos para comprar votos, aun a altos costos que provoca un sistema de salud destruido, una política educativa mediocre y la obvia militarización en las labores de seguridad pública.
La economía no ha crecido en los últimos 6 años y no parece que lo haga en los siguientes. Los muertos por violencia se siguen contando por decenas de miles. Llevamos ya un lustro sin medicamentos suficientes para los enfermos. Las obras de relumbrón tan presumidas por la mal llamada Cuarta Transformación son un desastre de derroche, ineficiencia, subsidios inútiles y ostensible fracaso. Nuestra política exterior palidece frente a la tradición histórica de temple, dignidad y entereza.
Algunas instituciones fueron colonizadas vía el nombramiento de obedientes funcionarios abyectos y leales al líder máximo: la Comisión de Derechos Humanos, el Instituto Nacional Electoral y el tribunal especializado en esa materia, la Unidad de Inteligencia Financiera y el Banco de México, por decir solo algunos. Otros son resultado de elecciones que no pueden llamarse democráticas porque los ganadores fueron respaldados por dinero público o recursos del crimen organizado. Y unos más simplemente desaparecieron por un plumazo autoritario, como los organismos autónomos en materia de competencia económica, telecomunicaciones, de transparencia y de medición de la pobreza.
Este año 2025 quedará marcado en nuestra historia por perversas y vengativas iniciativas de cambios constitucionales que se presentaron en febrero, se votaron en septiembre, se ganaron con una falsa mayoría oficialista, y terminaron por implementarse en el primer medio año de la consecuente presidencia de Claudia Sheinbaum Pardo.
La farsa de elección que acabamos de vivir no alcanzará a validar ni legitimar la destrucción del último bastión que nos quedaba para defender a México del embate autoritario: la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
En nuestro vecino del norte la corte suprema da la batalla frente al otro populista. Aquí ya no hay manera de que eso ocurra.
Como bien dijo Lourdes Mendoza: acabamos de presenciar la eutanasia mexicana.
Nos queda señalar, criticar, presionar, hablar y escribir sobre lo que se viene. Mientras se pueda. Mientras nos dejen.
Venezuela tardó 20 años en caer. Nosotros llevamos 6 años y medio y parece que vamos más aprisa que los compungidos venezolanos, algunos de los cuales nos claman que despertemos y hagamos algo antes de alcanzarlos.
Hay que tratar.