El descarado autoritarismo

Opinión
La ausencia del Poder Judicial confirmó que este ha sido demolido por un Ejecutivo autoritario y un Legislativo sumiso y abyecto.

De niño aprendí que México es una república representativa y federal, con tres poderes independientes que complementan una forma de gobierno equilibrada, democrática y de contrapesos legales.

También hace mucho tiempo entendí que el aniversario de la Constitución que regula aquel pacto era el evento más republicano del año, porque reunía justamente a todos los componentes de nuestro sistema político: presidentes de los poderes de la Unión, gobernadores, presidentes municipales y actores relevantes del Estado mexicano.

Lo que pasó el 5 de febrero de 2025 no es anecdótico, pero sí histórico, en el sentido negativo de la adjetivación: la ausencia del Poder Judicial confirmó que este ha sido demolido por un Ejecutivo autoritario y un Legislativo sumiso y abyecto.

Así de simple y trágico: la misma presidenta de la República, Claudia Sheinbaum, reconoció que ella tomó la decisión de no invitar ni a su contraparte Norma Piña ni a ninguno de los miembros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Y además mintió, porque en el Teatro de la República sí estuvieron -faltaba más- las tres ministras que traicionaron al poder que representan y lo pusieron en las manos de la 4T.

A confesión de parte, relevo de pruebas: Sheinbaum encabeza la perniciosa operación para que la presidencia de nuestra maltrecha República no solo administre presupuesto y políticas públicas, sino que dirija la actividad legislativa y controle la impartición de justicia.

Vaya fórmula: regalar dinero, dispensar recursos, legislar a modo y sentenciar a plena conveniencia.

Y cómo negar lo anterior, tal cual se empeña la propaganda oficialista, si además de despreciar y anular a quienes disienten, dejan al azar la conformación de listas de candidatos hacia una absurda elección para dizque democratizar una Corte que paga la osadía de simplemente cumplir con su función de contrapeso constitucional, y con ello evitar la concentración de poder en un par de manos, que no precisamente están en Palacio Nacional.

Lo que estamos viendo es un descaro monumental de implosionar un Estado de derecho que, aunque imperfecto, funcionaba. Tanto, que apenas ayer llevó al poder a sus destructores de hoy.

Por eso y muchas razones más, no convalidaré esta penosa farsa y no participaré de ninguna forma en la pantomima disfrazada de proceso electoral del próximo 1 de junio.

Lo que sí habrá que hacer es seguir el llamado de Pascal Beltrán del Río: “¿Queremos cambiar las cosas? Presionemos, preguntemos, cuestionemos, rebatamos. Todo el tiempo. No hay de otra…”

Yo lo seguiré haciendo, al tiempo de observar si este tema no fue puesto por Donald Trump en la mesa para renegociar el tratado comercial del cual depende la economía mexicana.