El favor de Noroña
Opinión
No solo fue el episodio del intercambio de manazos y empujones en la última sesión ordinaria de la Comisión Permanente del Congreso de la Unión. La gestión de Gerardo Fernández Noroña como presidente del Senado estuvo marcada de lo mismo: descalificaciones, gritos, desencuentros y amenazas protagonizadas por un porro que se creyó tribuno.
Porque Noroña nunca ha dejado de ser eso, un porro. Desde su paso como estudiante por la UAM-Azcapotzalco, pasando por activista que supuestamente defendía a los deudores de la banca, vocero del PRD encargado del trabajo sucio de la izquierda cupular, provocador callejero, reventador parlamentario y candidato presidencial de relleno.
Las tres veces que fue diputado federal hizo exactamente lo mismo que repitió como senador y aún como titular de la Cámara Alta, cargo que fue una vulgar moneda de cambio por haberse prestado a la farsa de las corcholatas.
No me sorprendió que haya pulverizado la dignidad senatorial durante el último año, pero sí su falta de congruencia al haber contradicho públicamente sus propias consignas rabiosas que espetó durante tres décadas: se dijo gente del pueblo pobre y la arrogancia reveló que su aspecto desaliñado y vestimenta descuidada eran solo una mascarada; repitió incansablemente su desprecio por el dinero y luego se empeñó en mostrar que lo acumulaba; criticó la ostentación y después se jactó con sus propias fotografías de viajero premier y comensal gourmet; engañó con un departamento de vecindad que de pronto se convirtió en gran residencia de campo.
Lo que sí es inesperado es que a la incongruencia se sumó la falta de control emocional al enfrentar el cobro de viejas y nuevas afrentas de su comportamiento político. No soportó que hayan caído una por una sus mentiras de socialista champañero. En unas cuantas semanas se vio exhibido por los embustes sobre el pago de su boleto de avión en primera clase, el Volvo supuestamente prestado y la casa que presumió en un video, embriagado del poder que se acabaría en unos cuantos días, y que pensó sería eterno para mantenerlo impune.
Noroña creyó ilusamente que aun en tiempos de Trump podría presumir su amistad con Nicolás Maduro en el Palacio de Miraflores de Caracas y luego vacacionar en Nueva York y Chicago. Creyó que podría distanciarse de Andrés Manuel López Obrador e inclusive de la presidenta Sheinbaum y salir políticamente airoso.
Con todo ello, el imbañable Changoleón nos hizo un favor.
Porque su soberbia, su intolerancia y su verdadero rostro facho hizo resurgir momentáneamente a una oposición desdibujada y pasmada.
Ojalá y mientras Fernández Noroña vuelve a la tropa rasa y pierda sus inmensos privilegios de dinero y poder sin límite, se aproveche la oportunidad de habernos mostrado sin querer que el valiente se mantiene hasta que el cobarde deja de serlo.
Si el hecho ominoso de que alguien como él haya alcanzado la investidura de líder senatorial provocó el rechazo firme y ruidoso al autoritarismo en ciernes, espero que la respuesta opositora prevalezca y crezca. Con Noroña o sin Noroña. Y es imperativo ahora frente a la Suprema Corte Justicia del Acordeón.