Reducción de pobreza: mito genial

Opinión
La triunfalista narrativa oficial se basa solamente en uno de los factores para medir la pobreza: el ingreso.

 

Cuando Pedro Aspe Armella le dijo a un grupo de estudiantes que la pobreza en México era un “mito genial”, quedó marcado de por vida. Lo merecía porque su dicho no era verdad, independientemente del contexto en que pronunció la frase.

Lo mismo pasará con quienes repiten como credo que Andrés Manuel López Obrador logró sacar de su condición social vulnerable a millones de mexicanos.

La triunfalista narrativa oficial se basa solamente en uno de los factores para medir la pobreza: el ingreso. Y efectivamente este aumentó por incrementarse el salario mínimo, por las transferencias sociales y por las remesas, en ese orden de importancia para esa variable.

Lo que no dicen ni la presidenta ni sus corifeos, es que la llamada medición multidimensional de la pobreza que hacía el Coneval y que tantos corajes hizo pasar a Andrés Manuel López Obrador, incluye diversos factores cuyos resultados distan de ser satisfactorios. Sin ir más lejos, casi el 70 por ciento de los mexicanos tienen alguna vulnerabilidad en su condición socioeconómica.

La pobreza no es algo nuevo, pero celebrar que solo 3 de cada 10 mexicanos puedan sentirse satisfechos en sus necesidades parece por lo menos una gran estafa.

De las demás condiciones que definen la condición de los hogares, aparte del dinero que reciben, la salud es un escándalo, pese a la falsa y perversa aseveración de que terminamos el sexenio anterior mejor que nunca. Y no me refiero solo al estado ruinoso de los hospitales públicos o al desabasto de medicamentos. Hay un dato revelador: el número de mexicanos sin acceso a servicios sanitarios se duplicó y pasó de 20 a 44 millones entre 2018 y 2024.

¿Es eso digno de presumirse? Claro que no, y ocultarlo es perverso, porque ello desmitifica la supuesta reducción de la pobreza con la que nos quieren hacer ver que las políticas de la 4T son históricamente exitosas.

Por otro lado, hay que analizar también el entorno macro de esta patraña: gasto excesivo en programas sociales con cero crecimiento económico y sin un aumento proporcional en los ingresos fiscales.  El resultado es la quiebra de las finanzas públicas y el aumento desmesurado de la deuda, que pasó en seis años de 10 a 18 billones de pesos y que tendremos que pagar todos, incluidos los que reciben subsidios, becas y apoyos.

Es pues, como recibir un crédito y contarlo como ingreso para dejar de ser pobre, sin tomar en cuenta que llegará la hora de cubrir el adeudo. Además, los supuestos beneficiarios ya destinan parte del préstamo a pagar servicios (de salud, por ejemplo), que antes recibían sin costo directo y que ya no estarán disponibles porque el gobierno dejó de gastar en ello para repartir el dinero y así garantizar la lealtad política de los mismos pobres.

Pero ahí no termina la farsa: el incremento por decreto de los salarios aumenta costos laborales para las empresas, que se contraen y con ello reducen aún más la posibilidad de generar empleos, riqueza y crecimiento, con lo que se cierra el círculo vicioso. Menos trabajo y más necesidad de que se reparta un dinero público que ya se acabó.

Lo peor de todo es que en México y en otras partes del mundo el modelo ya se había seguido: y fracasó rotundamente.

Aquí pasará lo mismo. Está pasando, aunque el gobierno mienta y quiera sostener el nuevo mito genial que -tarde o temprano- se derrumbará estrepitosamente.