¿Hay algo qué celebrar?
Opinión
México vive normalizando hechos que en otros lares habrían desencadenado críticas, protestas masivas o hasta crisis políticas severas, incluida la eventual caída del gobierno en turno.
A la generalizada corrupción de moches, mordidas y sobornos, que permearon como la humedad en las paredes de la sociedad mexicana, se suma el agradecimiento divino de que no hayamos sido golpeados o aún asesinados durante un asalto. “Qué bueno que solo te quitaron lo material, al fin que eso se puede recuperar”, reza ya un lugar común mexicano.
En aras de mantener a toda costa un discurso triunfalista que avale la supuesta transformación que encabezan, la llamada 4T tiene un pretexto para cada problema. Si la senadora Andrea Chávez viola la ley para autopromoverse, ello se justifica porque lleva servicios médicos a los pobres, que por cierto fueron dejados a su suerte desde el gobierno anterior. Más aún, luego de prohibir la venta de alimentos procesados en las escuelas mexicanas, la presidenta con A se convierte en vendedora del chocolate oficial del Bienestar: y sí, sí tiene azúcar, pero poquito, clamó en la mañanera.
Algo así pasó después de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció al mundo la imposición de aranceles a productos que se venden en la nación estadounidense.
Claudia Sheinbaum y sus corifeos han hecho del desastre un triunfo que se queda en la retórica. Alegan que gracias a una fantasiosa capacidad negociadora logramos un trato diferenciado, que si acaso existe es gracias a un tratado comercial que fue denostado durante décadas por quienes hoy ostentan el poder y ahora salvan la vida al más puro estilo neoliberal.
El TMEC ahí está, aunque su sobrevivencia esté en duda. Pero hay algo que la narrativa oficialista elude: si la mitad del comercio con los gringos está protegido por el tratado, la otra mitad no lo está, y todavía ello está sujeto a que “nos portemos bien” con la seguridad pública, el narcotráfico y la migración. En tanto, también causamos ya impuestos por el 60 por ciento de las partes automotrices y un arancel adicional a las ventas de acero y aluminio.
En palabras llanas, celebramos una derrota de tres goles a cero porque en el segundo tiempo nuestro rival no anotó. Y peor aún, pensamos ilusamente que no caerán más tantos en el partido de vuelta, con una estrategia claramente perdedora de más de lo mismo, con una Reforma Judicial en marcha que ahuyenta la inversión.
Pero se llenan la boca aludiendo a las golizas que sufren otras naciones, por cierto con excepciones como Rusia -aliada de Trump en esta locura- y aun Canadá, que sin ser magnánima como la presidenta “más popular del mundo” mantiene exactamente las mismas condiciones que hoy son motivo de orgullo nacional en el Museo de Antropología.
En fin, que viene lo peor. La economía mexicana, cuyo daño primero es autoinfringido, sufre y sufrirá consecuencias perniciosas.
Hay que señalar todo eso, pero sin dejar en el olvido la barbarie de Teuchitlán, normalizada también por los fieles chayoteros al servicio del régimen, quienes trataron de echar tierra en este asunto, la misma tierra con la que nuestras autoridades taparon las oquedades de presuntos crematorios y/o fosas mortuorias del Rancho Izaguirre.