La otra cara de la explosión de pipa en Iztapalapa: pacientes de UCI desalojados

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El pasado 10 de septiembre, México fue testigo de otra tragedia. La explosión de una pipa de gas LP en el Puente de la Concordia, en el límite de Iztapalapa y el Estado de México.

El pasado 10 de septiembre, México fue testigo de otra tragedia. La explosión de una pipa de gas LP en el Puente de la Concordia, en el límite de Iztapalapa y el Estado de México, nos recordó lo frágil que somos: en cuestión de segundos, todo puede cambiar.

Hoy, cuatro días después, la Ciudad de México continúa de luto. La Secretaría de Salud reporta 13 fallecidos, 40 hospitalizados y 30 altas médicas hasta la fecha.

El siniestro movilizó a cuerpos de emergencia, personal médico y autoridades de los tres niveles de gobierno. La Jefa de Gobierno, Clara Brugada, anunció apoyos económicos iniciales: 20,000 pesos para gastos de hospitalización y 50,000 pesos para familias de víctimas mortales, con seguimiento integral a cada familia más allá de las pólizas de la empresa responsable.

En los hospitales, los pacientes reciben atención especializada en cirugía plástica, terapia intensiva, neumología y oftalmología por quemaduras y afectaciones respiratorias. En el Hospital Regional “General Ignacio Zaragoza”, de 14 pacientes atendidos, nueve han sido dados de alta, tres adultos permanecen hospitalizados (uno grave) y un menor evoluciona favorablemente.

Además, se instalaron carpas de apoyo fuera de los hospitales con alimentos, catres y cobijas para familiares, y se mantienen enlaces personalizados para seguimiento médico, psicológico y jurídico.

Desalojo de pacientes de UCI: la otra tragedia

La emergencia fue atendida, pero a costa de otros pacientes. 19 personas de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de la UMAE “Dr. Victorio de la Fuente Narváez”, también conocida como Magdalena de las Salinas, fueron desalojadas para dar espacio a las víctimas de la explosión.

Estos pacientes enfrentan diagnósticos graves: traumatismos craneoencefálicos, eventos cerebrovasculares, fracturas faciales y daños severos en órganos vitales como cerebro, pulmones y corazón.

El 10 de septiembre, los familiares de 5 pacientes fueron notificados que serían trasladados temporalmente a otros hospitales, asegurando su atención y evolución, con la promesa de regresar posteriormente a la UCI. Sin embargo, horas después, la cifra aumentó a 15 y finalmente fueron 19 de las 22 camas de la unidad.

Lo que se presentó como una medida de emergencia, se convirtió en una segunda tragedia silenciosa: pacientes trasladados a hospitales sin la especialidad ni los recursos necesarios, sin expedientes completos y con un riesgo creciente de complicaciones graves.

Orden presidencial y la atención comprometida

La mamá de un paciente de la cama 12 solicitó que su hijo permaneciera en la UCI del Magdalena de las Salinas, pues necesitaba cuidados neurológicos especializados para sobrevivir. La respuesta médica fue tajante:

“Si se queda, lo pasarán a piso; nosotros no garantizamos su bienestar. Vaciar las camas de la unidad es una orden presidencial y usted asume la responsabilidad.”

Casos que reflejan la gravedad

  • Una joven trasladada al Hospital General Regional 1 “Carlos MacGregor” tras un accidente en motocicleta recibió su alta pese a mareos, dolor severo de cabeza y otras secuelas, porque el hospital carece de especialistas en neurología.

  • El paciente en la cama 6 de la UCI del MacGregor sufrió dos eventos cerebrovasculares y múltiples infecciones, y aunque había mostrado mejoras, la falta de expedientes completos y equipos necesarios provocó un retroceso en su recuperación, con riesgo de complicaciones graves. Después de 4 días, los materiales siguen sin ser abastecidos y no hay fecha para que lleguen.

Estos son solo 3 de los 19 casos, todos pacientes que enfrentan un silencioso abandono por una emergencia que el sistema no estaba preparado para gestionar.

Un llamado urgente

Estas historias evidencian que los hospitales en México no cuentan con los recursos necesarios para enfrentar emergencias de gran magnitud. Traslados improvisados, desabasto de camas, material quirúrgico limitado y falta de especialistas ponen en riesgo la vida de pacientes que nada tienen que ver con la tragedia original.

Que esta sea una advertencia y un grito de exigencia: las emergencias deben tener planes de acción que no pongan en riesgo la vida de otros pacientes. La solidaridad y la acción no pueden reemplazar la capacidad y la preparación del sistema de salud.